Desde hace un tiempo cunde la alarma: los chicos no saben
leer ni escribir, leen y no entienden... Algunos lo atribuyen al uso de métodos
no adecuados y entonces se busca cuáles, en determinada provincia, fueron
exitosos, para aplicar los mismos y eliminar los que aparentemente
conducen al fracaso. No opinaremos sobre el tema, que no es nuestro, pero
siendo uno de los objetivos fundamentales de la escuela el aprendizaje de la
lectoescritura preferimos enfocarlo desde el mismo concepto de educación. De
ahí que elegimos como punto de partida la frase de Paulo Freire:
La
educación es diálogo.
Esas 4 palabras suponen en principio el papel central del
lenguaje pero nos interesa sobre todo el concepto democrático que encierran: si
yo dialogo con alguien es porque lo respeto como a un igual -no necesariamente
igual en edad, género o cantidad de conocimientos, de hecho se espera que el
docente “sepa más” que el niño- sino igual en derechos, en su condición humana,
su identidad, su pertenencia a una cultura. Porque es verdad que en
la escuela se transmiten contenidos pero también es un espacio de encuentro donde se producen múltiples interacciones, fundamentales para el aprendizaje.
El primer encuentro del niño y los otros se da en la etapa
de Inicial y Primer Ciclo de Primaria, a la que el niño accede con la lengua y
cultura de su núcleo familiar y comunitario. Relacionemos esto con el informe
de UNICEF que sintetiza la realidad de los últimos decenios: las migraciones en
Latinoamérica fueron en aumento hasta llegar en 2023 a límites históricos, a lo
que agrega que el 70 % de los migrantes son niños de entre 5 y 11 años.
Es decir, la edad que corresponde a las etapas mencionadas. Más allá de la
validez de la fuente, esto puede comprobarse y coincide con investigaciones
realizadas en la UNLP acerca de cómo está compuesta la población escolar de
zonas urbanas y suburbanas en los últimos veinte o treinta años.
Migrar -que puede ser entre distintos países o dentro de un
mismo país- es indiscutiblemente uno de los derechos humanos. Si bien las
motivaciones suelen ser de orden económico, nuestras instituciones educativas,
por una cuestión de niveles de calidad como de condiciones de ingreso, sumaron
positivamente. A eso agreguemos que, sin duda, dada la importancia de la
comunicación en el hecho educativo y el predominio en el mismo del conocimiento
verbalizado, el hecho de compartir una misma lengua es un factor decisivo a la
hora de decidir hacia donde rumbear.
Somos latino- o hispanoamericanos, nos unen el territorio,
los ríos, las tradiciones, la historia, la cultura, dentro de la cual y como
importante vehículo de la misma ubicamos la
lengua: nos referimos a un sistema de comunicación específicamente humano, tal
vez el más antiguo de la humanidad y tal es su
importancia que constituye el rasgo específico de la
especie, según Humberto Maturana.
Reconocer la lengua como sistema nos ubica en un nivel de
abstracción, que se actualiza cuando pasamos al nivel de habla
(donde la lengua se materializa en elementos sensoriales: sonoros, visuales,
táctiles), y al ponerse en acto el sistema se vincula a
territorios, personas, entidades, hechos históricos. En este 2do nivel es donde
aparecen la creatividad, el cambio pasajero o permanente, dentro de las reglas
del sistema, más constantes. Esos cambios pueden terminar siendo habituales en
una determinada comunidad hablante al punto de que, si bien la misma se
mantiene dentro de una misma lengua, esos rasgos resultan identitarios del grupo y
diferenciadores con respecto a otros.
Estos procesos, que pueden darse en períodos cortos o
largos, en grupos numerosos o reducidos, favorecidos por la presencia de otras
lenguas y de ciertos hechos sociohistóricos, dan como resultado ineludible la
existencia de variedades en una misma lengua, lo que se resume en el
concepto de diversidad lingüística. La frase designa un fenómeno
universal que cuestiona el ideal de lengua única y homogénea sostenido, según
encuestas, por la sociedad, y endilgado como misión a la escuela, por lo que se la denomina
justamente ‘lengua escolarizada’. Pero el niño, en las primeras etapas de su
escolaridad lleva la variedad de lengua familiar, aquella de sus vínculos y con
la que conoció su entorno y sus afectos, que puede no coincidir (al menos
totalmente) con la lengua escolarizada: aunque las causas pueden ser varias, se
trata de una constante esperable en el caso de familias migrantes.
Ahora bien, en la escuela aquel diálogo de Freire debe darse: es
el reto a los artistas de la educación, es decir, a los docentes. y puesto que la
diversidad lingüística existe en nuestra lengua, vinculada a la diversidad
cultural, de territorios, hábitos, clases sociales, será necesario reconocer
positivamente la variedad en que el niño puede comunicarse, a la par de nuestra
variedad. Con esto queremos decir: aceptar una palabra distinta, un sonido, un
rasgo gramatical distinto. Esto no implica que al maestro se le exija la tarea
ímproba de conocer las lenguas y variedades de español de sus alumnos pero sí
que tenga la mente abierta, receptiva, que se haga lugar a la pregunta.
Por eso es necesaria la formación del maestro en el
reconocimiento positivo de la diversidad lingüística, para la tarea educativa
en general pero lo es mucho más en lo que hace a la lectoescritura, donde hemos
visto cómo chicos hispanohablantes fracasaban porque, en juicio del docente 'pronuncian
mal, no entienden ciertos términos, usan mal los recursos gramaticales', al
extremo de afirmar en un caso: ‘no tienen lenguaje’. Porque este posicionaamiento impide muchas
veces la misma tarea del docente y no solo el aprendizaje del alumno sino también -lo
que es más importante- su autoestima, su vinculación con el grupo y la
institución, ya que las diferencias son rechazadas o usadas incluso como
motivo de bullying por parte de los niños locales (y a veces también de adultos). De ahí que el niño hablante
de otra variedad de español opte muchas veces por el silencio, por no
participar, actitudes que sin duda perjudican su posible interacción en el aula
y con ello tanto el aprendizaje como la tarea docente: así lo demuestran
investigaciones realizadas, algunas de las cuales figuran en el libro que lleva
el título de este blog.
Para cerrar, lo dicho puede resumirse en el Poema
10 de Fabián Severo, poeta y maestro uruguayo, profesor, hablante
nativo de portuñol, donde cuenta la lucha de niño entre su lengua y la lengua
escolarizada, seguida del desenlace:
Y yo dejé.
Gladys Lopreto